El vínculo temprano con la madre
es un factor decisivo en la conformación de la estructuración psíquica de todo
ser humano; también es a partir de este vínculo que se establecerá el tipo de
relaciones objetales. La relación temprana
genera una posición relacional básica y estableciendo capacidades parentales
potenciales y también un deseo de recrear esa relación.
La función de la madre se ejerce
a partir del maternaje, que se conceptualiza como un conjunto de procesos
psico-afectivos que se desarrollan e integran en la mujer en ocasión de su
maternidad. En el maternaje son los recursos internos y externos los que
permitirán enfrentar y superar los nuevos desafíos que plantea el desarrollo
del niño (Vidal, Alarcón y Lolas, 1995, citado por Manzo, M. 2011).
De lo anterior, se puede
visualizar la importancia de un buen maternaje y de la comprensión de los
fenómenos patológicos originados por una desviación en esta labor. En el
presente trabajo se busca comprender tanto las
motivaciones inconscientes de las posibles desviaciones en el maternaje,
en específico la sobreprotección, así como las consecuencias en la
estructuración de la personalidad de un individuo.
Función materna y diada madre-hijo
Winnicott en 1956, refiere que es
necesaria una “preocupación maternal primaria” previa a su embarazo para que la
mujer pueda introducirse al mundo de la maternidad, ya que sólo de esta forma
podría cubrir las necesidades que el infante requiere; para dicho autor, éste
es un estado de enfermedad normal en el que la mujer es capaz de dedicarse por
completo a su hijo. (Alkolombre, P.,2004).
El buen maternaje requiere de
“tanto la continua y delicada y precisa valoración de las necesidades y deseos
infantiles como el más extremo desprendimiento personal” (Chodorow, 1984,
citado por Manzo, M. 2011), así como de empatía, identificación primaria y
experimentar al bebé como un continuo con el self propio y no como separado;
sin embargo, a pesar de lo complicado que pueda resultar, el maternaje resulta
una experiencia satisfactoria y distinta a cualquier otro tipo de relación
humana para las mujeres. (Manzo, M.,2011 )
Es a partir del maternaje que la
madre imparte todos los cuidados que el bebé necesita, ya que éste cuando nace
es un ser indefenso y depende totalmente de ella para cubrir sus necesidades
fisiológicas, psicológicas y adaptativas, por lo que ésta se convierte en un
medio aprovisionador total del niño (Chodorow, 1984 citado por Manzo, M. 2011).
En este aprovisionamiento, la madre a partir de sus cuidados cubre no sólo las
necesidades fisiológicas del niño, sino también ayuda a que el bebé maneje la
angustia, regule los instintos y el medio, esto a partir de que la madre se
convierte en un yo auxiliar para el niño hasta que logre desarrollar sus
capacidades de síntesis, integración, etc.
Menciona Winnicott (citado por
Bleichmar y Leiberman, en Alkolombre, P.,2004), que en la medida en que la
madre prodiga los cuidados al niño con amor, “éste logrará integrar tanto los
estímulos como la representación de sí mismo y de los demás y adquirir un yo
sano”. Este proceso realizado por la madre, al que Winnicott ha llamado
’holding’ o sostenimiento, es el factor que marca el paso del estado de no
integración al de integración psíquica y a la estructuración de un self
verdadero. Las fallas en el sostenimiento generarán un falso self. (Alkolombre,
P.,2004).
En términos de
separación-individuación, podemos hablar de simbiosis, concepto que viene desde
la biología, y da a entender los beneficios mutuos y a veces vitales que
huésped y parásito obtienen de su relación biológicamente parasitaria. En
psicopatología, la simbiosis madre-hijo, tiene las mismas connotaciones, pues
aunque ambos pertenecen a la misma especie, son completamente diferentes debido
a los niveles biosociales de su organización (Cameron, N., 2003).
El infante a causa de su
maduración lenta, en un principio es un parásito funcional, ya que no puede
interactuar con la madre, quien gracias a la organización de su personalidad
desarrollada y su membrecía en la sociedad, es el equivalente funcional de
huésped de su hijo (Cameron, N., 2003).
Por otro lado, para la madre, el
niño representa la autorrealización, el sentirse completada y verse creadora,
aporta a su relación con el bebé un mundo de comprensión materna , de deseo de
confortar, de proteger y nutrir. El niño por lo pronto, únicamente es capaz de
recibir todo lo que su madre pueda aportar siendo su papel específicamente
simbiótico, mientras que la madre tiene otros papeles que cumplir: esposa, ama
de casa, madre de otros niños y actividades ajenas a la familia como su trabajo
(Cameron, N., 2003).
Poco a poco el niño debe ir
comprendiendo sus propios límites, formando sus defensas, realizando
introyecciones para la conformación de su yo, internalizando objetos, etc., con
la finalidad de comenzar a proclamarse como un individuo autónomo, visualizado
de forma concreta cuando es capaz de sentarse y ponerse en pie (al año de
edad).
Asimismo, la madre debe ser lo
suficientemente sensible para saber cuándo debe alejarse del hijo para que éste
vaya desarrollando sus capacidades yoicas adaptativas y además permitir que se
dé la diferenciación madre-hijo para propiciar la separación y por
consiguiente, el logro de una meta más del desarrollo en el niño. En este
proceso se pueden presentar dos tendencias según Winnicott (citado por
Bleichmar y Leiberman, en Alkolombre, P.,2004), la sobreprotección o la
deprivación.
Sin embargo hay casos en que no
se logra disolver la relación simbiótica y adquirir una membrecía en la unidad
familiar debido a la personalidad y necesidades inconscientes psicológicas de
la madre.
Proceso de separación-individuación
Hegel habla sobre el término
“negativismo”, que comúnmente se entiende como un acto negador más que
transformador, el cual entendido desde la perspectiva del psiquismo separa al
sujeto del objeto, es decir, como diferenciador (Alkolombre, P.,2004).
Spitz propone que el tercer
organizador del psiquismo es el no. Este período comienza con el negativismo la
terquedad anal, período de complejidades referidas al pensamiento, las relaciones
objetales, las defensas y las formaciones de carácter (Spitz, 1983 ).
El no, resulta
como un indicador de que el niño a comprendido su conformación separada de la
madre, es un corte, una separación; el no resulta una herramienta para
determinar aquello que quiere o no recibir. La función de la madre en esta
etapa, será de reconocer y aceptar que el niño puede no querer lo mismo que
ella, como un ser separado con deseos y necesidades diferentes.
Francoise Dolto sitúa entre los
dieciocho y veintiún meses el período del “no” en los niños. Es el período de
separación e individuación. El niño dice “no” para hacer “sí”. Eso quiere
decir: “no, porque tú me lo pides sino porque yo mismo quiero hacerlo”. Es la
búsqueda de autoafirmación (Alkolombre, P.,2004).
Winnicot diferencia el impulso
agresivo de la destructividad, plantea que el impulso agresivo en los niños se
manifiesta como forma de vitalidad: es actividad muscular, movimiento, curiosidad
y búsqueda. Aporta intensidad a los impulsos eróticos, no hay intención de
destrucción, de ira o de odio (Alkolombre, P.,2004).
Para
Mahler, la subetapa de diferenciación emerge entre los 5-10 meses donde
comienza el proceso de emerger del cascarón autista, favorecido por un aparato
sensorial, cognitivo y neurológico más maduro. Comienza a investigar qué es y
qué no es su madre, la angustia característica es ante los extraños que le
producen curiosidad y temor (Mahler, 1990).
A
partir de los 10 y hasta los 16 meses Mahler ubica la segunda subfase que
denomina Práctica. El inicio está marcado por la deambulación, donde el niño
adquiere la capacidad de caminar. Gracias a esto el niño adquiere una nueva
perspectiva y un estado anímico de exaltación donde la madre sirve como punto
de referencia. En esta etapa la ansiedad característica es la angustia de
separación (Mahler, 1990).
La
tercera subfase es el reacercamiento que abarca de los 16 a los 24 meses, en
esta el infante es consciente de la separación física respecto a su madre, el
niño trata de acortar la distancia que lo separa de la madre. La crisis del
reacercamiento es que mientras por un lado desea recuperar a la madre, por el otro
no acepta la ayuda de esta (Mahler, 1990).
La
crisis de reacercamiento se resuelve a medida que mejora la capacidad del niño
para gratificarse haciendo las cosas por sí mismo, es decir cuando se da la
cuarta subfase que Mahler llama de Consolidación y constancia objetal, donde el
niño soporta mejor la ausencia de la madre, pues hay una interiorización
gradual de su imagen que se vuelve confiable y estable puesto que sabe que
regresará (Mahler, 1990).
A
través de este breve recorrido de autores, observamos que coinciden en señalar
la función del proceso de separación- individuación
como un deseo y una necesidad de autoafirmación y autonomía, que se esboza en
los primeros años y se afirma en el tránsito edípico al enfrentar al “no” de la
prohibición. La función parental es la que contiene y encauza la negatividad
que da cuenta de una acción transformadora y prospectiva.
El
ejercicio de la violencia encubierta “por el bien del niño” en la educación, incide
en los procesos de estructuración psíquica y se manifiesta a través de
distintas perturbaciones y síntomas en la infancia.
Unidad simbiótica
patológica
El proceso de simbiosis
madre-hijo será patológico en el sentido sobreprotector, cuando se mantiene por
demasiado tiempo la identificación primaria y la dependencia total; así el hijo
tendrá tendencias a desarrollar conductas patológicas (Cameron, 1990).
La madre sobreprotectora, no
sabrá reconocer a su hijo como unidad autónoma; no reconocerá ni aceptará los
indicadores de que su niño ha logrado diferenciarse, por lo tanto recibirá el
“no” como un proceso agresivo y la idea de separarse la vivirá como un peligro
que debe detener (Alkolombre, P.,2004).
La sobreprotección es el cuidado
excesivo hacia el infante. Se manifiesta con acciones que buscan contrarrestar
ideas recurrentes e inevitables en la mente del padre sobreprotector
relacionadas con todos los peligros que pueden correr sus hijos en actividades
o situaciones de la vida cotidiana. El punto más importante para reconocerla,
es que dichas ideas y acciones, no corresponden a una situación que
generalmente se consideraría peligrosa.
Los llamados “niños simbióticos”,
son ejemplos de casos graves de relaciones simbióticas patológicas, quienes son
incapaces de terminar la diada madre-hijo por lo cual continúan desarrollando
una relación dependiente y sumamente distorsionada con la figura materna, donde
se encuentran en una psicosis infantil (Cameron, 1990).
Desde una perspectiva vincular,
Isidoro Berenstein citado por Alkolombre en 2004 sostiene que la violencia
intersubjetiva “consiste en actos que se realizan entre un sujeto y otro
vinculados, consistentes en el despojo de su carácter de ajenidad y el intento
de transformarlo en semejante e idéntico a sí mismo. Se asocia a un borramiento
de la subjetividad del otro. Es ni más ni menos que hacerlo desaparecer como un
yo distinto.”
Quien ejerce la violencia sobre
un niño lo hace sobre alguien a quien no puede reconocer como diferente. En
este caso un niño “díscolo” se constituye en una amenaza para el narcisismo
parental ya que no responde a sus expectativas, es vivido como amenazante y
hostil y requiere el uso de la violencia en la crianza. Se trata de padres con
rasgos narcisistas que no toleran “fallas” y frente al desafío de la autonomía
del niño reaccionan violentamente, sin poder contener estos afectos (Alkolombre,
P.,2004).
A los niños les resulta muy
conflictivo y doloroso cuestionar lo que viene de sus padres, está frente a un
conflicto de lealtades. Los niños justifican o reprimen la hostilidad de sus
padres por su necesidad de ser amados y por el amor que sienten hacia sus
padres.
El proceso de
identificación en niños sobreprotegidos
La dinámica familiar observada en
niños sobreprotegidos, responde más comúnmente a madres excesivamente
protectoras y padres como figuras débiles o ausentes. De esta manera, se encuentran
ciertos inconvenientes en el proceso de identificación.
·
En el niño: Si el padre la parece al hijo débil
y poco eficaz en el hogar, lo dejará sin un modelo digno con el cual
identificarse y sin protección. Es obvia la necesidad de un modelo de identificación
que nutra la masculinidad de un niño. El aspecto de protección de un padre
tiene dos funciones:
1) Verse
protegido de sus propios impulsos sexuales y agresivos contra la madre, en un
momento en que la organización de su ego es débil y sus impulsos fuertes.
2) Verse
protegido del envolvente amor simbiótico de la madre, es decir, necesita
protección masculina para no verse en peligro de regresar a la fase simbiótica
en la que perdería su identidad y en tal sentido, dejaría de existir. Si al
niño el padre le parece débil y poco eficaz y la madre poderosa, el niño se
sentirá expuesto a un doble peligro.
·
En la niña: El tener un padre aparentemente
débil y poco eficaz, puede generar sentimientos de desprecio, debido a que en
esta etapa requiere una figura masculina que pueda respetar y admirar.
Llegan a
sentir que su madre necesita alguien que las controle, debido al temor de verse
absorbidas por su madre simbiótica, lo cual significaría perder su
individualidad, es decir dejar de existir a nivel simbólico. La niña requiere
un objeto amoroso, dominante y digno al que pueda rendirse (Cameron, 1990).
El periodo de
latencia en niños sobreprotegidos
Dado que las etapas anteriores a
la latencia no han sido atravesadas exitosamente logrando cada vez mayor
autonomía, el periodo de latencia también se verá afectado en los retos propios
de la edad:
1)
El niño mimado en exceso se muestra
relativamente indiciplinado, pues se le ha permitido seguir utilizando formas
infantiles de exigencia y agresión mucho
después de que estas han dejado de ser las adecuadas. Cuando ingresa a la
comunidad, dicho niño espera que se le complazca en todo, y como eso no ocurre,
intenta obtenerlo provocando a la gente, peleando, haciendo berrinches y
obstaculizando todo. Pero tales tácticas no valen en el contexto fuera de casa.
De esta manera el niño mimado en exceso evita a la gente de su edad y juega con
niños menores a los que pueda dominar.
2)
El niño dependiente y sumiso es hijo de una
madre dominante y posesiva, pues se le ha sobreentrenado para que no tome la
iniciativa o se rebele. Cuando pasa del hogar a un contexto diferente,
probablemente continúe mostrándose tímido, sumiso y reservado. Es probable que
evite la compañía de niños de su edad y busque niños que lo traten como bebé o
quiera unirse a un grupo de niñas. Al igual que el niño mimado en exceso, el
niño dependiente, sumiso e infantilizado sujeto a una madre dominante y
posesiva no logra ser aceptado por el grupo de niños que por edad le toca
(Cameron, 1990).
En estos dos casos, se observa
como la sobreprotección maternal es de importancia fundamental debido a que la
experiencia adquirida en el hogar tiene influencia directa en la adaptación a
las condiciones de la latencia. Los niños llevan al ambiente circundante el
tipo de relación recíproca aprendido en el hogar. El niño mimado en exceso
trata de dominar a los otros tal y como lo dominó a la madre; el niño dominado
se muestra dependiente y sumiso ante los niños que desprecian dichas actitudes.
(Cameron, 1990).
Ninguno de ellos puede
enfrentarse al grupo de su edad en igualdad de circunstancias y posiblemente el
grupo no le dé una posición igual a la del resto. A pesar de sufrir duros
fracasos en su adaptación social, muchos de estos niños son incapaces de
cambiar lo suficiente para lograr ser aceptados por los demás. En consecuencia
nunca llegan a integrarse totalmente a los grupos normales (Cameron, 1990).
Algunos aspectos
psicodinámicos de la madre sobreprotectora
Rara vez se expresa de modo
franco el rechazo maternal. Las actitudes sociales hacia la maternidad, han
convertido en un crimen imperdonable el rechazo o el descuido en la madre. Por
lo tanto rara vez una madre hostil o indiferente hable de estos sentimientos,
incluso es difícil que llegue a aceptar en pensamiento, la existencia de tales
actitudes a menos que sean transitorias o superficiales (Cameron, 1990).
De esta manera, las actitudes
maternas hostiles e indiferentes encuentran modos de expresión sutiles,
oblicuos, disfrazados, defensivos y a menudo inconscientes en lo que hacen o
dejan de hacer. La sobreprotección suele ser empleada por madres hostiles, en
donde coartan la libertad del hijo y la sobreprotección venida de una madre
indiferente o rechazadora constituye una negación exagerada de esa indiferencia
y rechazo. Lo anterior es una formación reactiva, es decir, una negación
defensiva que adopta como forma una actitud opuesta exagerada (Cameron, 1990).
La conducta sobreprotectora de la
madre, es debida a sus propias necesidades simbióticas intensas, provocando en
el niño necesidades recíprocas igualmente imperiosas a las que solo puede dar
satisfacción la madre o una réplica de esta. Ningún niño promedio es capaz de
ocupar el lugar de esa figura materna (Cameron, 1990).
Raquel Rascovsky de Salvarezza es médica
psicoanalista y comenta que la sobreprotección se debe a los miedos de los
padres sin solucionar, que proyectan sobre los hijos: “Los cuidan como si se
estuvieran cuidando a ellos mismos y no tienen en cuenta el deseo o la
necesidad del niño… es una desprotección. No se respeta la necesidad de los
hijos”.
Las mujeres suelen ser más
propensas la ansiedad de separación. Las
madres que han sido sobreprotectoras tienden a no tolerar los esfuerzos de sus
hijos para lograr su individualidad y continúan haciéndoles demandas de
reconocimiento y constancia aún en edades mayores, por ejemplo solicitando
hablar con ellas constantemente. Si la envidia de la madre es elevada, la niña
puede llegar a sentir que su propio crecimiento y éxito son actos de agresión y
hostilidad hacia la madre (Moulton, 1985).
Otras consideraciones en la edad adulta de niños sobreprotegidos
Una alternativa en caso de que la
madre muestre desaprobación o p
Si la madre no
puede tolerar este crecimiento apoyado en las posibilidades paternas, entonces
la hija podría sentirse sentir culpa por un triunfo edípico, y por lo tanto
sentirse vulnerable a la desaprobación femenina y/o envida a o desdén por las
figuras autoritarias femeninas posteriores. Puede sentir que su éxito no es
bien merecido, incluso fraudulento o que puede serle arrebatado, debido a que
se logró a costa de su madre y con colisión de su padre, por lo cual no podrá
disfrutarlo (Moulton, 1985).
Puede también tener la
desafortunada experiencia de que su padre le retire su apoyo cuando entre en la
adolescencia, es decir, al comenzar su propia vida heterosexual o dejar la casa
por ir a la universidad. Él puede resentir su autonomía, su pérdida de control
sobre ella y el creer que utilizó su apoyo únicamente para entrar a un nuevo
mundo en vez de retribuir la ayuda brindada (Moulton, 1985).
Debido a las costumbres y el rol
asignado a la educación de la niña, la sobreprotección puede generar
dependencia en la mujer más comúnmente que en el varón. Creyendo
posteriormente que requiere de guía,
protección y soporte como un reemplazo de la figura paterna que cubrió dichas
necesidades en la niñez (Moulton, 1985).
Además, en el caso de la niña, si
la educación que le fue dada y tradicionalmente se e
spera que sea ama de casa,
puede llegar a sentir culpa por volverse profesionista o haber superado y
derrotado a su madre. El éxito pudiera ser sentido como una amenaza al vinculo
simbiótico temprano con la madre predeipica y que por lo tanto la madre no la
defenderá más (Moulton, 1985).
Conclusiones
Una madre apta, tiene la
capacidad para distinguir entre la nutrición y el rol protector requerido en
los primeros años de maternazgo para ayudar
su niño separarse y encarar la
ansiedad de estar a solas con la finalidad de llegar a un estadío final de
independencia saludable. La inherente contradicción es que una buena madre es
eventualmente no necesitada por su hijo, sin embargo aún así puede seguir
siendo útil y necesitada pero en un modo adulto. Algunas madres se aferran a su
primer rol por ser más cómodo y por sus propios temores a hallarse consigo
mismas y sus temores.
Confiar en los niños y su
capacidad para aprender y solucionar problemas, brindarles oportunidades para
pasar tiempo con otras personas, ayudarlos a aprender en vez de hacer las cosas
por ellos, aceptarlos como son, enseñarlos a esforzarse por lo que quieren y
permitirles equivocarse, serán elementos cruciales para que puedan consolidar
habilidades firmes para afrontar los retos reales de la vida diaria.